Aunque hoy es uno de los ingredientes esenciales de nuestra internacionalmente alabada dieta mediterránea, no hace tanto tiempo que el tomate es indispensable en nuestras cocinas. Oriundo del Nuevo Mundo, fueron los conquistadores españoles quienes lo trajeron a nuestro país hacia 1540, y de aquí se extendió hacia Italia y luego a todo el continente. Parece que los primeros tomates que llegaron a Europa eran de una variedad amarilla, y por eso en Italia lo bautizaron pomo d´oro (pomodoro) «manzana de oro».
Pero su llegada a Europa no estuvo orientada a la gastronomía. Se trajo como planta ornamental, pues sus vivos colores generaron la creencia de que era tóxico, y hasta entrado el siglo XVIII no se convirtió en un pilar fundamental de casi todos nuestros platos típicos. No solo eso: esta planta solanácea, pariente de las patatas, los pimientos y las berenjenas, pasó a ser considerada como un cúmulo de virtudes. Rica en vitamina C y antioxidantes como el licopeno, hoy la ingesta de tomate es altamente recomendada.
En la actualidad existen decenas de variedades de tomates en nuestro territorio, cada una de ellas con sus características específicas. Pero desde hace un siglo, la agricultura intensiva, en su afán por priorizar la productividad, ha puesto en jaque no solo la diversidad biológica de esta planta (y la de muchas otras) sino también el poderío de sus cualidades.
En qué grado la manipulación genética y el uso intensivo de pesticidas inciden en la calidad del producto es objeto de un acalorado debate. Pero de lo que no hay duda es de que las políticas intensivas han uniformizado la oferta de manera contundente. Preservar nuestras variedades hortícolas es una tarea que ha recaído en muchos pequeños agricultores y también en los bancos de germoplasma que atesoran las semillas más heterogéneas, y con ellas, la diversidad genética de la mayor parte de nuestros cultivos y especies silvestres asociadas. Gracias a ellos, todavía podemos disfrutar de esa sinfonía vegetal. ¡Que sea por mucho tiempo!
El riego por goteo, aunque aparentemente se tenga la percepción que representa un coste elevado en la adquisición del material en comparación con otros tipos que más se usan para riego en tomate, es famoso por hacer un uso óptimo y racional del agua, pudiendo ahorrar hasta un 50% de agua en comparación con el del riego por aspersión. Es ideal para llevar a cabo el riego de tomate en invernadero.
Además, ejerce una fuerza reducida sobre las plantas que, como sabemos deben ser en tutoradas para garantizar la sanidad del producto. Otras de las ventajas del riego por goteo es que cuenta con gran precisión, de tal forma que logra proyectarse solo en el área radicular de los tomates. Puede usarse para la aplicación unísona de agua y fertilizantes sobre las hortalizas, aumentando así el rendimiento y calidad de las mismas.
El suelo se humedece de forma paulatina sin interrumpir el intercambio gaseoso y, por consiguiente, sin llegar a transformar su estructura. Sin duda alguna, este es el mejor sistema para riego de los tomates que existe.